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Actitud o estilo de pensamiento que supone búsqueda de nuevos modos de actuar y asegura efectos de mejora que esos modos producen.
El progreso abarca a todos los aspectos: materiales y morales, conocimientos y sentimientos, científicos y vulgares. Es una fuerza que arrebata y se nutre de sus propias conquistas. Y también afecta, o puede afectar, a los aspectos religiosos, doctrinales, morales y espirituales: a los dogmáticos: progresa el conocimiento de los dogmas; a los morales: progresan las normas); a los cultuales: cambian los ritos y la liturgia.
El problema que a veces se plantea en Pedagogía y en Sociología es si todo progreso es positivo o si, en una sociedad acelerada y en cambio vertiginoso como la actual, muchos progresos distorsionan la realidad de la vida y los valores profundos del espíritu. Un progreso que afecta sólo a unos aspectos parciales y secundarios y olvida otros fundamentales, corre el riesgo de ser distorsión más que bendición para la sociedad.
Diversos cambios de la tecnología, de la biología o de la economía caen en la contradicción de llamarse progreso cuando en realidad son distorsiones. Por ejemplo tal acontece en los terrenos bioéticos con la manipulación genética de tejidos o células madre, usando fetos, sin tener en cuenta su identidad. Y tal acontece en la tecnología, cuando se confunde información con la violación de la intimidad de las personas o se valora la habilidad para manipular a las personas por medio de la información tendenciosa.
Nunca como hoy ha sido tan urgente la formación ética de las personas para que disciernan lo que es progreso y no se obnubilen hasta ensalzar los retrocesos, hoy posibles, reales, frecuentes.
Y son los educadores los que deben tener criterios claros y, en aquellos aspectos en donde el juicio ético resulta difícil de ser formulado con claridad, poner su confianza en los técnicos creyentes que iluminan a la autoridad moral de la Iglesia para que se puedan dar directrices acertadas.
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